Esta ruta tiene dos partes, una que va bordeando el embalse de Caldas de Reis y otra, ida y vuelta por las orillas del río Umia.
Llegamos a Caldas de Reis y dejamos el coche en el aparcamiento que hay al lado del río. Hay una pasarela de madera en la orilla del Umia que facilita el paseo.
Caminando por la pasarela, pasamos por la alameda de Caldas y nos quedamos impresionados por los enormes árboles que nos rodean.... prometemos pararnos a disfrutar de este parque cuando terminemos la excursión.
Enseguida cruzamos al otro lado del río, dejando la comoda pasarela y adentrándonos en un paisaje más silvestre y solitario.
Este tramo del Umia es muy especial. En medio de la corriente y como si alguien las hubiera dejado allí, hay rocas de diferentes tamaños que asoman llenas de musgo.
Llegamos a una estación eléctrica que parece abandonada. En este tramo el río esta lleno de presas hechas con las rocas de su mismo cauce.
Ahora el camino comienza a subir, guiándonos, hasta un mirador, desde el que vemos el cauce del río y la antigua fabrica de la luz en ruinas, de la que queda en pie una alta chimenea.
Enseguida llegamos al embalse que forma el Umia. Caminamos un rato por la carretera hasta encontrar un camino que nos lleve hasta su orilla.
Recorremos la orilla del embalse por un camino por el que parece que no ha pasado nadie en todo el invierno. Nos confundimos varias veces por culpa de la gran cantidad de vegetación que ha crecido esta primavera, incluso hay partes del camino que estan bajo el agua por las abundantes lluvias que hemos tenido este año.
Un cartel nos indica el camino hacia el puente romano de Segade por el que pasa una calzada romana que aún puede verse. El puente esta en muy buen estado porque ha sido reconstruido en el siglo XVIII.
El paisaje que nos rodea es espectacular, con las rocas en medio del río, el puente y una caída de agua.
Alcanzamos la fabrica de la luz que veíamos cuando nos asomamos al mirador de la otra orilla y allí disfrutamos de la vista de la famosa Fervenza de Segade.
A partir de aquí, la vuelta a Caldas, es un cómodo paseo por un camino de tierra que pasa por unos molinos restaurados y convertidos en casas habitables. Al cabo de un rato, el camino pasa a ser la pasarela de madera que habíamos dejado al principio del paseo, cuando cruzamos el río.
Terminamos el sendero en el jardín centenario de Caldas y aún nos quedan fuerzas para disfrutar contemplando sus impresionantes árboles. Alguien ha tenido la buena idea de poner algunos carteles informativos con el nombre de cada especie de árbol. Esto nos ayuda a tener un poco de cultura botánica, que viene muy bien al senderista que le gusta reconocer los árboles que le acompañan en sus excursiones.
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